Esto no tiene ni nombre ni solución.

Ese bonito momento incómodo que pasa entre que sugieres que vaya toda la familia al psicólogo y que tus padres se estén arreglando para irse de casa. 

Siempre he dicho que del dolor se extrae buena literatura pero, ¿y de la decepción? ¿Y de la frustración? Cuando era más joven no entendía por qué a mi profesora de Castellano le gustaban tanto esos libros de autores españoles criados en un pueblo o ciudad gris que narraban historias tristes y dramas que luego enfundaban en libros gruesos de páginas amarillas que se quedaban abandonados en estanterías viejas hasta que un alma en pena iba a recuperarlos. 

Supongo que las historias más bellas no son de amor, ni las mejores tratan sobre la alegría, ni la felicidad inspira a nadie. La decepción, la tristeza, el sufrimiento, la pena y el dolor son los sentimientos que inspiran las grandes obras de la literatura. 

Alguna vez me he preguntado que pasaría en caso de que hiciera algo grande en la vida y a alguien se le ocurriera escribir mi biografía. Me he imaginado como sería ese apartado, resuimendo un pasado y un presente dentro de unos veinte o treinta años y como tantas otras muchas veces he leído, abriría ese libro por el capítulo "La familia" y supondría leer algo como esto:

"Fue una niña muy querida por todos, la primera hija, sobrina y nieta de la familia. Tuvo una infacia tranquila y feliz, llena de atenciones por ser la primogénita. Aunque de alguna manera tanta atención la sobrepasaba pues al mismo tiempo era tímida (que no reservada) y eso desembocó en problemas de autoestima una vez empezó la primaria. Fue ahí cuando tuvo su primer contacto con la psicología, pues fue precisamente una profesional de esta área la que pudo tratar sus problemas consigo misma y conseguir que se convirtiera en alguien com más seguridad, más decidida, dispuesta y resuelta. 

La niñez siguió tranquila, sin ningún trauma de inferioridad cuando nació su hermana pequeña y continuando una trayectoria escolar bastante impecable. La familia seguia siendo muy importante a esa edad para ella y no había decisión que no se comentara en la mesa a la hora de cenar. Sentía que ellos eran su apoyo, que a pesar de que le obligaban a hacer ciertas cosas que no quería (como ir a Inglés) al final todo era por su bien y eso, más tarde, le ayudó a diferenciar entre lo bueno y lo malo. 

Laura era feliz, tenia grandes sueños como ser escritora o bióloga o psicóloga, cuando se lo planteó por primera vez en sexto de primaria. Pero las hormonas inundaron su cuerpo, la precocidad no solo se apoderó de ella sino que hizo tambalear lo que hasta entonces habían sido unos lazos buenos y sólidos entre padres e hija. 

La preadolescencia llegó y con ella los problemas. Se sentía perdida muchas veces, su afán de curiosidad no podia ser satisfecho a la velocidad que ella quería y su percepción de la confianza que tenía en sus padres fue minando hasta el punto de hacerlo casi todo a escondidas. Muchas veces se sintió como la primera persona en la tierra que descubría algo nuevo. Las primeras veces quiso compartirlo con la familia: la primera decepción por un suspenso colectivo, el primer chico que le hablaba, la primera menstruación, la primera bronca de un profesor, la primera vez que hacía algo útil en clase...

Sólo encontró palabras hostiles y malas reacciones y empezó a tener miedo de la forma en que sus padres reaccionarían a todo lo que a ella, en ese momento, le parecía fascinante. Durande dos o tres años pensó que se había criado sola. Se las apañaba para conocer todo lo que quería, buscaba una forma fácil y accesible de hacer las cosas que, por razones que nadie le había explicado y que por consiguiente le eran desconocidas, le estaban prohibidas. 

Ese era, en parte, otro motivo por el cual las hacía: a parte de ser desconocidas, estaba mal visto o estaba prohibido hacerlas a su edad. Nunca tuvo la sensación de tener la edad biológica que le cantaban en los cumpleaños. Recuerda entrar a discotecas para mayores de edad con dieciséis años sin ni siquiera pedirle el carnet. Recuerda conversaciones de gente de veintimuchos delante de ella cuando tenia quince. Recuerda sentirse mayor de edad un año antes de cumplir los diez-y-ocho. 

Se consideraba con la suficiente cabeza como para saber donde estaba el límite y cúando podía permitirse saltarlo. Sabía qué era el bien y el mal y que la mejor forma de aprender de los errores era cometerlos. A parte, de todos ellos se salía y aprendió muy pronto que el tiempo todo lo cura y que nada es para siempre, dos acompañantes inseparables desde entonces. 

Sus padres no entendían nada de eso, por supuesto. Seguia siendo la hija modelo, la de las buenas notas y la falda no tan corta, la que aspiraba a una carrera profesional a la edad adecuada, a un choce, a un piso, todo a su debido tiempo. También se dio cuenta que no queria ser una persona hecha a base de espectativas. Un dia lo vio todo claro, demasiado claro: acabaría cuarto de la E.S.O., haría bachiller, iría a la Universidad a hacer la carrera que quisiera, la acabaría y luego probablemente se pondría a trabajar y a los treinta-y-pocos tendría una pareja y probablemente hijos.

El dia que visualizó todo eso sin dudar ni un segundo de que ese iba a ser su camino, se horrorizó. ¿No había ni ún bache? ¿No había ninguna oportunidad de desviarse del camino? Nadie le había preguntado si quería hacer Bachiller, si quería una familia, si quería ir a la Universidad antes de hacer otras cosas. Estaba todo tan milimetrado, todos los años perfectamente organizados para que en cada uno de ellos se hiciera una cosa determinada y en caso de no hacerla, decepción fatal para toda la familia. 

Sabía que era una chica con capacidades de sobra para hacer todo lo que se esperaba de ella pero decidió que no lo haría. Utilizaría sus capacidades a su manera, cuando ella quisiera y como ella quisiera. Nadie le iba a decir qué, cómo y cuándo. Esto llevó a la familia una relación tensa y cada dia más distante los cuatro años de Educación Secundaria y, en dos ocasiones, al borde del divorcio del matrimonio en toda la escolarización de la muchacha. 

Siempre tuvo más problemas con su madre que con su padre, aunque con éste último no le faltaron al principio de la adolescencia. Luego la cosa se tranquilizaba por épocas. Ella entró en razón, o mejor dicho, en un estado de aceptación de la situación. Estaban los que mandaban y los que obedecían y a ella le tocaba ser lo segundo. Pero madurar y pasar etapas en la vida te hace ver las cosas con perspectiva. La cosa no habia mejorado, empeoraba lenta y viscosamente, como una masa que lo corroe todo a su paso. 

Aunque lo mejor para ella era salir de debajo del techo que la había cubierto hasta ahora, los problemas que bajo ese techo se habían creado no saldrían de ella a no ser que encontrara una solución."

Y eso nos lleva al dia de hoy, a hace menos de una hora, cuando he sugerido, casi pedido a mis padres que nos sometamos a terapia psicológica. ¿La respuesta? Inesperada, eso seguro. Mi padre se ha quedado un rato callado, como asimilando que era yo la que estaba diciendo eso y no el Espíritu Santo y mi madre, bueno... me ha dicho que si no la estaba considerando una loca. 

Si, mi madre se piensa que la considero una loca por sugerir que vayamos todos (ojo, ella sola no, la familia como grupo) al psicólogo. Y luego ha empezado a decir que si ahora resulta que necesitamos un psicólogo para que me arregle la habitación, para que no me deje los ordenadores encendidos, para que me acuerde de cerrar las mosquiteras porque a ella le dan alergia... 

Esa extraña paradoja que se montó en un momento me costó de asimilar, como a mi padre mi propuesta. Yo estudio psicología y por supuesto tengo un gran aprecio a la profesión. Más de una vez algún miembro de la familia ha acudido al psicólogo sin considerarlo loco o cualquier calificación parecida tan poco apropiada e incluso denigrante, diria yo.
Estudio psicologia y cuando sugiero ir a un psicólogo mi madre me tacha de llamarle loca.
Fue como un mensaje subliminal que me dio fuerte, como un "estás estudiando una mierda de carrera",  como "tu profesión no sirve para nada", como "te pago los estudios pero no creo en ti". 

Pongamos que estudias informática y a tu padre se le jode el ordenador y tu sabes que es un daño en el disco duro, un problema pero con solución y que requiere de un profesional y le sugieres a tu padre llevarlo a una casa de informática a lo que tu padre te responde "para qué si me van a cobrar 50 pavos por hacer una mierda de trabajo. Mejor lo dejamos como está." Y tu pensarás "Coño ¿para eso me pagas la carrera de informática? ¿Para que luego haya gente como tú en el mundo que no se digne a pedirme ayuda porque se piensan que les voy a timar? Oh, gracias por la confianza."

La vida es dura, amigxs. Los cartelitos de "tu lo vales" a veces se los tiene que hacer una misma con colores bonitos y demás porque cuando llegas a casa lo único (y es lo único) que escuchas son cosas como "no hiciste aquello, como vas a hacer eso", "no pudiste con aquello, como lo vas a hacer ahora..." etc. 

(Escrito tres dias después).

Lleva desde entonces soltando pullitas sobre a propuesta, cosas pequeñitas que se te clavan como agujitas y que a veces ignoro y otras me dan ganas de pegar un grito muy grande. 

Sin ir más lejos, acaba de ver la mosquitera de mi habitación sin poner. Ella tien mucha reacción a las picaduras de mosquito y mi hermana también y se ha enfadado diciendo que menuda manera tenía yo de apreciarlas a las dos, que seguro que mi propósito era que les picaran los mosquitos, que me gustaba verlas así, etc. Luego ha dicho "si quieres vamos al psicólogo a que nos solucione el problema". Así, con tonito despectivo e irónico, ha soltado la frase que se ha quedado flotando y ha dejado el aire muy denso. 

¿Que por qué no pongo la mosquitera? Bueno... me he ido hoy de casa y he dejado la ventana abierta para que se ventilara la habitación. He vuelto y me he puesto con todo el rollo de las asignaturas y la tarde libre en el comedor y ni he reparado en la mosquitera en todo lo que llevamos de dia desde que he salido por la puerta de mi casa. 

Creo que ahora tendré que ponerme un cartel bien grande al lado de la ventana que diga "poner mosquitera" y así al menos de eso no se quejará. Pero las pullitas van a seguir hasta que me caliente y le suente alguna. 

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